Cuando el fútbol reconforta el alma
“¡Ya, de una vez! Le voy a Perú porque está jugando mejor ¡Qué vagos los ecuatorianos!”, pronuncia Ciro M., uno de los residentes del exhospital dermatológico Gonzalo González, que evidencia su decepción ante la derrota 2-1 de la ‘Tricolor’ a manos del combinado del Rímac.
Ciro es el único de los veinte pacientes del mal de Hansen, habitantes del exsanatorio, que cuenta con servicio de televisión por cable y una de las pocas opciones del lugar para enterarse de lo que ocurre en el estadio Atahualpa.
El hombre, un chonero de 52 años, es un consumado fanático del rey de los deportes, tanto que durante la transmisión de la contienda no se movió ni al baño. Apenas uno pone un pie dentro de su casa se evidencia su pasión por el fútbol; lo más llamativo en la sala-comedor es un póster de Barcelona, campeón ecuatoriano en 2012.
La tele la tiene en el dormitorio, donde una cama de plaza y media le sirve para receptar las emociones que le genera el cotejo. Recostado sobre el espaldar, con los brazos cruzados, cual director técnico, saca las manos para señalar lo que los futbolistas tienen que hacer; le falta poco para meterse en la pantalla y empujar a Felipe Caicedo hacia el arco “¡Qué ocioso!, ojalá nunca llegue a jugar en Barcelona”, comenta.
Aprovechando que debe recoger las viandas del almuerzo, el nutricionista Raymundo Pérez pide permiso y consulta por el marcador. En ese preciso momento, 75 minutos del lance, Perú anota el segundo tanto a través de Paolo Hurtado, sentenciando la suerte del conjunto local. Tres minutos antes, Pérez escuchó la primera diana visitante (de Édison Flores) y llegó apurado para ver quién la hizo, sin sospechar que observaría el segundo gol.
Al hogar de Ciro también acude Carlos Cruz, quien cumple varias funciones administrativas. Sus impresiones son parecidas a las del resto, se pregunta a qué hora hará cambios el técnico Quinteros, porque ‘Felipao’, Jéfferson Orejuela y Juanito Cazares “están bien flojos ¡Vamos, que Brasil y Bolivia nos están dando la mano!”, expresa en referencia a las victorias parciales de la ‘Canarinha’ sobre el equipo cafetero y del plantel altiplano ante la ‘Roja’. La relación entre los empleados del Ministerio de Salud Pública (MDP) y los convalecientes es armónica, son amigos, los más cercanos que tienen los residentes.
La fecha de eliminatorias fue triste; muchos se alistaron para ver el duelo, pero como los canales nacionales no abrieron la señal, la mayoría prefirió dedicarse a otra cosa.
A pocos metros de la zona de villas, en un salón donde se exhiben las fotos de los directores del exhospital, otro de los residentes, Ángel L., sigue el encuentro por internet en un celular. El aparato se lo prestó Mauricio Chumbay, comunicador del Distrito 17d04 del MSP. Mauricio se lo entregó listo para mirar el choque, porque Ángel a sus 77 años, no maneja la nueva tecnología.
El septuagenario sigue con interés las incidencias, se fija que Perú tiene un desempeño más sólido y es más atrevido para atacar; abre los ojos y casi los saca de órbita al ver la reacción acrobática del arquero Máximo Banguera en un disparo de Christian Cueva “¡Nos salvamos!” eleva la voz.
De los elementos ecuatorianos destaca la labor de Antonio Valencia que, a su parecer, no tiene con quién hilvanar una jugada ofensiva. Valencia le recuerda a los legendarios exponentes de El Nacional, el elenco de sus amores. En su retina se quedaron las figuras que brillaron en las décadas del 70 y 80: la ‘Pantera’ Benítez, el ‘Cielito’ Villafuerte, la ‘Fiera’ Baldeón, el ‘Correcaminos’ Ron o el ‘Flaco’ Paz y Miño.
Ajenos a la nostalgia del lojano, ingresan a la sala Víctor S. y ‘Felina’, dos miembros más de esta gran familia. Víctor (76 años), muestra orgulloso el pico y la pala que adaptó para continuar sus faenas de agricultura, oficio que pensó abandonar, pues la enfermedad le mermó los dedos de las manos. A ‘Felina’, mujer vanidosa que se niega a decir su edad, el balompié no le llama la atención; más bien, como representante de los residentes, detalla que de los veinte dolientes, seis son mujeres; el menor tiene 57 años y el mayor, 92. Muchos han pasado ahí la mayor parte de sus vidas.
Milton Bustillos, médico responsable de estos pacientes, relata que no es la enfermedad lo que los relega, sino el rechazo de la sociedad y el abandono; pero varios, como Víctor, se niegan a perder a sus seres amados. Cada año el anciano reúne dinero y, como sus parientes no vienen, él viaja a Echeandía (Bolívar), para visitarlos. “El Mal de Hansen está controlado, pero no erradicado”, precisa el galeno.
De todos modos, el fútbol es un escape, algo para disfrutar… o morirse de iras. A los 80 minutos, Énner Valencia, desde el manchón penal, marca el descuento para la ‘Tri’. Nadie celebra. Todo vaticina que los pobres, ricos, enfermos y sanos del país se quedarán sin mundial. En esta ocasión no se pudo. La lepra se puede atender ahora en cualquier hospital público Entre las consecuencias del Mal de Hansen está la pérdida de miembros o extremidades. En el país esta enfermedad ha sido completamente controlada.
El Hospital Gonzalo González data de 1892, se instaló dentro de una hacienda que existía en lo que ahora es el barrio San Pablo (centro oriente de Quito). Se fundó como Leprocomio, donde los enfermos de lepra (Mal de Hansen), eran prácticamente recluidos, pues en la época se creía que esta afección era, incluso, un castigo divino para las personas malas.
“El leprocomio era manejado por una comunidad de religiosas; los pacientes pasaban encerrados y se les llevaba la comida en baldes. Para separar a las mujeres de los hombres había un muro de cuatro metros”, narra Pablo Calispa, director del Distrito 17d04 del Ministerio de Salud Pública (MSP).
En la actualidad, el trato a las personas que tienen activo el Mal de Hansen ha cambiado; ellos pueden ser atendidos en cualquier hospital del MSP; por este motivo, hace un mes terminó el proceso de cierre del Hospital Gonzalo González, en el sitio ahora funciona un centro de salud y los 20 convalecientes que se quedaron a vivir ahí reciben la atención médica, alimentación y la cobertura a todas sus necesidades.
Ellos sufren ahora las secuelas de los medicamentos, que pueden causarles insuficiencia renal o problemas hepáticos. Calispa agrega que el riesgo de contagio es mínimo. Este se daría, por ejemplo, en un ciudadano que esté con una herida y tenga contacto con un enfermo, o por motivos de hacinamiento e insalubridad. (I)
Fuente: El Telágrafo.