Entre lágrimas fieles reciben a Monseñor
La partida de monseñor Alberto Luna Tobar reunió a cientos de ciudadanos que esperaron su llegada al aeropuerto Mariscal Lamar y lo acompañaron hasta la eucaristía celebrada en la Catedral de La Inmaculada Concepción.
Yolanda del Carmen Berrezueta, entristecida contó que conoció a Monseñor cuando estuvo en Quito en un internado. “Yo no aceptaba estar en ese lugar, entonces conocí a Monseñor y él me decía que sonría que la Virgen María me ayudaría a salir adelante, y así fue. Hoy estoy aquí con mucho dolor pero sé que ahora está con Dios”.
Berrezueta fue una de las decenas de personas que esperaba en el aeropuerto la llegada del féretro. Vestidos de negro y con las lágrimas que rodaban en sus rostros, recordaban porqué Luna Tobar era tan querido.
Fue el caso de Gabriel Lucero de 75 años, quien rompió en llanto al hablar de Monseñor. “Era un hombre muy bondadoso. Siempre ayudaba a los más necesitados. Ir a escuchar misa con Monseñor fue lo mejor que me ha pasado. Era muy franco y no le temblaba la voz para decir las verdades”, relató.
Cariño
Flores, globos blancos y carteles con el rostro del Arzobispo emérito de Cuenca se observaron en las manos de los fieles que esperaban desde San Blas para unirse al paso del féretro.
Rosa Tigre contó que llegó desde Ricaurte a darle el último adiós y recordó que de sus labios recibió “el mejor consejo: seguir a Dios y obrar en beneficio de los demás”.
Era muy joven cuando conoció a Luna, recuerda Tigre. “Algunos le decían que era un cura rebelde. Yo no sabía porqué le decían así, hasta que mi papá me explicó que era un curita que se enfrentaba sin miedo cuando algo le parecía injusto”.
El radiante sol de la tarde no impidió a los fieles esperar hasta la llegada del féretro hasta la Catedral. Luis Ochoa de 65 años, con un rosario en la mano oraba a las afueras. “Que Dios lo tenga en su gloria”, repetía mientras lloraba.
Otro devoto, José Méndez de 67 años, lo recuerda como un hombre justo y bueno y en su memoria tiene la ayuda que brindó a los damnificados por el desastre de La Josefina. “Era un hombre muy bueno. Cuando ocurrió el deslave en La Josefina él ayudó a tantas familias a tener una casa y les devolvió la esperanza”, dijo.
Recordar a monseñor Luis Alberto Luna Tobar, “es recordar la lucha por tener una sociedad más justa. No se puede hablar de justicia sin nombrar a Monseñor, que para mí es uno de los seres más justos y honestos que tuvo Cuenca y el país”, manifestó por su parte Álvaro Torres, mientras entraba a la iglesia.
Recibimiento
A la llegada del féretro a la Catedral, los fieles ingresaron en medio de cánticos y oraciones. Nadie quería quedarse sin la oportunidad de despedirse del “hombre bueno”, como decía Luisa Viracocha, quien lanzaba pétalos de rosas.
La inteligencia y elocuencia de Luna Tobar también fue destacada por los ciudadanos. Andrés Cañar, quien como estudiante de Historia tuvo la oportunidad de entrevistarlo, contó que hablar con Monseñor “era enriquecedor. Era un hombre de gran sabiduría, muy lúcido, defensor de los derechos humanos. Su vocación era para con la gente”.
Varias historias y recuerdos se iban desprendiendo de los ciudadanos mientras despiden a monseñor Luis Alberto Luna Tobar. (TPM) (I)
Honores en la capital
Quito. Previo a su traslado a Cuenca, ayer se rindieron honores en memoria de monseñor Alberto Luna Tobar en la iglesia de la parroquia Santa Teresita de Quito.
En la capilla, que lució totalmente llena, se ofició una misa de cuerpo presente, donde familiares, amigos y feligreses le rindieron honores.
El cardenal Raúl Vela, acompañado de varios obispos del país, celebró la eucaristía. “monseñor Luna Tobar fue una de las mentes más brillantes que ha tenido la Iglesia, fue poeta, escritor y siempre estuvo comprometido con los más pobres”, dijo Vela.
Las lágrimas y recuerdos se hicieron presentes cuando los cánticos religiosos y oraciones se escucharon al interior de la iglesia, la cual fue levantada con la ayuda de Luna Tobar.
“Lo vamos a extrañar mucho, su presencia siempre estará en el templo”, señaló María de Jesús Parra, una cuencana de nacimiento que vino a Quito hace muchos años atrás y que conoció a Monseñor en esa iglesia.
Para Marco Escalante, de 60 años de edad y vecino del lugar, la vida de monseñor Luna fue siempre un ejemplo de humildad. “Desde ese púlpito siempre nos decía que debíamos dar la mano a los más necesitados”, afirmó.