La eterna lucha de Luis Alberto Luna Tobar
Nació un 15 de diciembre de 1923 en el seno de una familia acomodada de Quito, pero renació en el corazón del pueblo humilde y se sentía tan cuencano como la misma Catedral. Luis Alberto Luna Tobar, el eterno Arzobispo de Cuenca, apagó su luz pero su palabra no deja de brillar.
Las anécdotas de la niñez de Monseñor forman parte del recuerdo de quienes fueron sus alumnos en el Seminario.
No había clase en la que, con una sonrisa en el rostro, deje de contar una de sus historias como enfermero en la Guerra Civil Española, torero, boy scout y por supuesto sacerdote, recuerda el padre Bolívar Piedra, uno de sus alumnos.
Su vida religiosa está además en la memoria del pueblo. En cada rincón de Cuenca hay alguien que lo recuerda como el padre que los domingos a las 09:30 subía al púlpito de la Catedral y en cinco minutos los hacía estremecer con un mensaje.
Pero su palabra no se quedó en las misas. Caló en la comunidad, se convirtió en acciones y llegó allí donde, como él mismo decía, “la gente no encuentra más refugio que el de Cristo”.
Alberto Luna Tobarsintió desde pequeño el apego a la vida religiosa.
Formación
El padre de Alberto Luna fue uno de los hombres fuertes del partido Conservador y por su cercanía con la iglesia había cedido parte de sus tierras a la comunidad Carmelita en el oriente. Sería esa orden la que acogería al futuro Arzobispo de Cuenca.
Fue boy scout y desde entonces sintió apego al servicio, que luego se convirtió en su vocación religiosa. Viajó a Sucumbíos con tres amigos para unirse a la Orden Carmelita pero unicamente él siguió el camino de la fe.
Para su formación viajó a Burgos, España, en donde la distancia, la pobreza y el hambre le hicieron repensar su decisión.
Bolívar Piedra cuenta que, en una de las clases que impartía Luna, les confesó que mientras estaba en España se había decidido por regresar a Quito y abandonar la vida religiosa. Fue en búsqueda de su maleta pero una polilla se había comido su ropa y lo poco que le quedaba. “La polilla tuvo la culpa de que sea sacerdote, eso nos decía siempre”, comenta el religioso.
De muy joven viajó a Burgos, España para formarse como sacerdote.
Conversión
Fue seminarista durante la guerra civil española donde sirvió como camillero. Convencido de que podía salvar vidas llegó a donar 216 pintas de sangre, poniendo en riesgo su salud. “Comíamos dos hojas de lechuga y una sardina al día entre mucha gente”, recordaba Monseñor a sus alumnos.
Regresó al país y encontró en las comunidades rurales el mismo sufrimiento. “Nosotros hemos damnificado a los pobres, vivían en una resignación de la que se abusaba, no tenían nada, ha sido una injusticia histórica e institucional”, decía.
El padre Matamoros sostiene que las visitas a las comunidades lo cambiaron y convirtieron en pastor. “El contacto con los pobres cambió su perspectiva y dejó una iglesia encaminada a la libertad y la justicia”.
Fue en 1993 cuando esa lucha se hizo más que vigente. El Azuay atravesaba por la tragedia más grande que haya vivido, el desastre de La Josefina, en donde el papel del Arzobispo fue vital.
Como Arzobispo de Cuenca recibió al papa Juan Pablo II durante su visita a la ciudad.
Hernán Rodas, quien se considera un hermano de Monseñor Luna, recuerda que juntos ayudaron a más de 5.600 personas y formaron 46 microempresas a través de las cuales “los pobres hicieron casas para los pobres”.
“Maldito si alguien dice que esto es castigo de Dios. La desgracia debe unirnos, hoy Cristo está aquí para ayudar, para crear un nuevo pueblo”, decía Luna según relata Rodas.
Esa fuerza la tuvo siempre, comenta Marco Matamoros. Recuerda que Luna fue consejero de ministros y presidentes de la República, pero se dejó evangelizar por los más humildes y se puso de su lado cuando tuvo que defender sus derechos.
“Nos enseñó que la iglesia es de todos y uno debe ser del pueblo, que el servicio no es para obtener poder ni prestigio, que no hay poder que esté por encima del ser humano”, evoca su alumno.
Luna Tobar se mantuvo durante 19 años al frente de la Arquidiócesis de Cuenca.
Quienes eran cercanos a él lo recuerdan como una “llama de amor viva”, como el nombre de su libro favorito. Su ideología se basaba en el amor a Dios, que es el amor al prójimo. Por eso, según Matamoros, hubo una canción que nunca olvidó, la cual rezaba “a tu amor nos acogemos”.
El Arzobispo emérito creció en el seno de una familia acomodada y conservadora de Quito.
Cuando el papa Francisco visitó Ecuador, Monseñor Luna no pudo asistir pero el Pontífice cantó su canción favorita, y desde el lugar donde estaba, el Arzobispo cuencano la coreó a pesar de que el Alzheimer que atentaba contra su vida hacía estragos en su memoria.
Fue una despedida temprana, un último mensaje antes de su último adiós, que entristece a todo a un país. (JPM) (I)
Apoyó las manifestaciones populares desde su posición como ciudadano.
Fuente: Diario El Tiempo