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Cultura: El cine ecuatoriano en su mejor momento no cuenta con suficientes espectadores

El 7 de agosto de 1924 se estrenó en Guayaquil El tesoro de Atahualpa, de Augusto San Miguel. Por ser el primer largometraje producido en el país exhibido públicamente, se considera a esa fecha el nacimiento del cine ecuatoriano. Con el paso de las décadas, la producción de San Miguel se perdió: hoy es imposible ver una película del primer cineasta ecuatoriano, ni un fotograma de su creación.

Eso sí, estrenó varios largometrajes por los anuncios de prensa de la época. Esa ausencia provocó leyendas sobre lo sucedido con esas obras. Se dijo incluso que el autor se había enterrado con las latas de sus películas.

Ecuador cuenta desde hace 10 años con una Ley de Fomento del Cine Nacional y de una institución para el desarrollo de nuestros cines: el Consejo Nacional de Cinematografía. Alrededor de $ 10 millones se han invertido desde entonces de manera directa en estímulos a la producción cinematográfica. Los resultados positivos son innegables: un cine diverso con más de una docena de estrenos locales en el circuito nacional anualmente. El sector se ha especializado, cualificado, profesionalizado. Películas ecuatorianas son cada vez más seleccionadas y premiadas en festivales internacionales; algunas han tenido estrenos en carteleras de otros países y difusión televisiva.

¿Todo es color de rosa? No: el destino de la producción nacional parece estar marcado por el de Augusto San Miguel hasta el presente: se hace cine, pero no se logra que circule,  vea y consuma masivamente. Se hacen películas que quedan casi, sin exageración, enterradas como las latas de San Miguel dentro de su ataúd.

Por eso el gran reto del cine ecuatoriano es llevar al espectador a sentarse frente a una pantalla, que lo vea, aprecie, critique y recuerde. Los esfuerzos para fortalecer nuestra producción deben poner énfasis en la ampliación de su circulación. Hablamos de acceso, mercado y de consumo. Una debilidad de nuestra legislación es la falta de competencias de regulación del mercado. Sin tener control sobre las pantallas, el cine que nos cuesta tanto producir no llega al espectador. El mercado de la exhibición cinematográfica está concentrado, privatizado y desregulado. Y es territorio de la hegemonía de la producción hollywoodense.

¿Qué hacer frente a eso? Una estrategia para abrir espacios en el mercado y fortalecer las posibilidades de los mercados paralelos que existen de modo potencial, emergente y semiinformal en nuestro país.

Ese es el sentido del Sistema Nacional de Difusión iniciado por el CNCine: proveer un banco de contenidos diversos y de calidad a la gama de espacios de exhibición en el territorio nacional, más allá de los 21 cantones donde hay salas de exhibición con programación regular. Hay auditorios, cines, teatros, salas de uso múltiple, muchos espacios generalmente pertenecientes a instituciones públicas (municipios, Casa de la Cultura, ministerios, etc). Es decir, capacidad instalada subutilizada, que podrían convertirse en lugares de consumo de nuestro cine (y de otras expresiones culturales) y garantizar lo que establece la Constitución: el acceso de la ciudadanía a una programación cultural diversa y de calidad.

Esta acción concreta debe combinarse con un cambio legislativo, articulación con las instituciones y actores del Sistema Nacional de Cultura y una reingeniería de los modos de financiamiento del fomento a la cultura, para diseñar políticas públicas sobre la base de un fondo previsible y garantizado. De esta manera, el fomento a la producción se conjuga con el de formación de públicos y con el acceso al mercado, para que surja una industria audiovisual propia, diversa y competitiva.

 

Fuente: El Telégrafo